"Yo no soy buena ama de casa, no me gusta nada, prefiero mil veces trabajar a limpiar el polvo"
Desde que nos casamos, hemos pagado para que vinieran a limpiar. Siempre he considerado el trabajo doméstico una gran pérdida de tiempo, así que para mi, delegar esa tarea en otra persona ha sido, hasta ahora, una inversión totalmente justificada.
Pero como suele ocurrir, cuando las circunstancias cambian, también cambia tu forma de ver las cosas. Porque los humanos tenemos ese maravilloso proceso cognitivo de la "percepción selectiva de información" que básicamente nos hace quedarnos con una pequeña parte de la realidad, desechando el resto.
Un día sacas números y te das cuenta de que no te vas a poder ir de vacaciones de verano si no te apretas el cinturón. Y te agobias claro, porque, de qué gasto vas a prescindir si son todos ab-so-lu-ta-men-te necesarios e irreemplazables. Qué culpa tengo yo si Amancio Ortega se empeña en obligarme a cambiar mi fondo de armario cada temporada.
Y en ese momento de debilidad tu pareja te dice - "Pues limpiamos nosotros" y tú le dices que sí.
Le dices que sí, mientras piensas que no vais a durar ni un mes limpiando los sábados y domingos, que son los únicos días de la semana en los que tenéis algo de tiempo para dedicar a la casa. Le dices que sí, mientras piensas que así ganáis un mes para pensar en otra solución. Una en la que tu findededescando no peligre.
De esto hace casi cuatro meses y seguimos limpiando nosotros. Los tres: papá-mamá-hija. Y tengo que decir que he descubierto un extraño placer en todo esto. Es como si el hecho de hacernos cargo de nuestra casa, me hiciera sentir mejor. Requiere un esfuerzo, claro. Y tengo que luchar contra mi propia pereza (que no es poca). Pero se ha convertido en un momento de trabajo en equipo del que todos estamos aprendiendo.
Cada uno tiene sus propias responsabilidades asignadas y nos estamos haciendo expertos en cada una de nuestras "áreas". Hemos descubierto que juntos formamos un gran equipo. Que si todos trabajamos con las mismas ganas, acabamos pronto y podemos seguir dedicando tiempo a hacer las cosas que más nos gustan o a no hacer nada. También somos más responsables intentando ensuciar menos.
Además, resulta que si friegas y barres en "modo automático", en una obligada desconexión de las tecnologías, la limpieza se convierte en un momento magnífico para pensar, buscar soluciones o simplemente dejar volar la imaginación.
Amancio, tienes que probarlo!
OH MY CURL!
Para mamás y papás de niñ@s con el pelo rizado... y liso. Por una crianza sin etiquetas.
domingo, 18 de noviembre de 2018
domingo, 27 de septiembre de 2015
Los miedos bajo mi cable.
Siete de la mañana, vibra el móvil, lo apago, bueno lo intento, aún soy demasiado torpe para acertar en la pantalla táctil. Mi Samsung acaba por aburrirse, pospone la alarma y me da una segunda oportunidad.
Todavía en modo zombi, me embuto las mallas y salgo a la terraza con la esterilla bajo el brazo. Estoy a punto de dejarla caer sobre el suelo, cuando el sonido de una moto madrugadora comienza a intuirse aún a lo lejos.
Entonces es cuando me doy cuenta: sobre el cable de la luz descansan en línea varios pájaros, aparentemente son todos iguales, mismo color, tamaño similar... Pero no todos se comportan igual. El ruido de la moto se acerca y me roba, nos roba, por unos segundos el silencio de la mañana que acabamos de estrenar.
La mayoría de los pajaritos salen volando, intuyendo que el estruendo representa para ellos un peligro. Sin embargo, en el cable permanecen, aparentemente impasibles, un pequeño grupo de valientes que se han quedado a observar la escena. En cuanto vuelve la calma, los fugitivos regresan a posarse junto a sus compañeros.
¿Por qué unos han salido huyendo y otros se han atrevido a quedarse? Instinto de supervivencia supongo. Ante lo desconocido, la mejor opción es siempre ponerse a salvo... ¿o no? Pues igual no. Los que se han quedado, enfrentándose a sus miedos, han podido descubrir de dónde venía el ruido y han aprendido que no hay peligro en él. Los que se han marchado nunca lo sabrán y seguirán escondiéndose una y otra vez.
Siete y cuarto de la mañana, comienzo a hacer Pilates mientras en mi cabeza siguen girando los pensamientos: ... a mí también me gustaría ser capaz de atreverme, no salir volando y permitirme ver todo lo que pasa bajo de mi cable...
Todavía en modo zombi, me embuto las mallas y salgo a la terraza con la esterilla bajo el brazo. Estoy a punto de dejarla caer sobre el suelo, cuando el sonido de una moto madrugadora comienza a intuirse aún a lo lejos.
Entonces es cuando me doy cuenta: sobre el cable de la luz descansan en línea varios pájaros, aparentemente son todos iguales, mismo color, tamaño similar... Pero no todos se comportan igual. El ruido de la moto se acerca y me roba, nos roba, por unos segundos el silencio de la mañana que acabamos de estrenar.
La mayoría de los pajaritos salen volando, intuyendo que el estruendo representa para ellos un peligro. Sin embargo, en el cable permanecen, aparentemente impasibles, un pequeño grupo de valientes que se han quedado a observar la escena. En cuanto vuelve la calma, los fugitivos regresan a posarse junto a sus compañeros.
¿Por qué unos han salido huyendo y otros se han atrevido a quedarse? Instinto de supervivencia supongo. Ante lo desconocido, la mejor opción es siempre ponerse a salvo... ¿o no? Pues igual no. Los que se han quedado, enfrentándose a sus miedos, han podido descubrir de dónde venía el ruido y han aprendido que no hay peligro en él. Los que se han marchado nunca lo sabrán y seguirán escondiéndose una y otra vez.
Siete y cuarto de la mañana, comienzo a hacer Pilates mientras en mi cabeza siguen girando los pensamientos: ... a mí también me gustaría ser capaz de atreverme, no salir volando y permitirme ver todo lo que pasa bajo de mi cable...
miércoles, 3 de junio de 2015
Because I'm Happy...
No debería estar escribiendo este post, pero es que escribir me hace feliz...
Ayer tuve reunión con la tutora de mi hija y me dijo esta frase: - De Joanna destacaría que es una niña muy feliz.-
Ella no lo sabía pero esa frase provocó que el resto de la reunión me diera exactamente igual. Es decir, la lectoescritura es muy importante, el inglés también, informática como no, psicomotricidad claro... Pero ser feliz es absolutamente necesario y debería ser una asignatura obligatoria.
No me refiero a la felicidad impuesta si no a la felicidad consciente. La que encuentras en tu entorno todos los días y que muchas veces obviamos y dejamos de valorar. Me pongo de ejemplo: Yo que soy soñadora de nacimiento y que imagino que consigo grandes cosas que me harían feliz, sería muy injusta conmigo misma si olvidara las pequeñas cosas que tengo a mi alcance y que me hacen sonreír todos los días.
Concha Buika canta una canción "Jodida pero contenta" que a mí me encanta. Todos tenemos problemas y malos momentos, pero aveces es sólo cuestión de cambiar el enfoque de la situación. Cuando lo conseguimos somo capaces de hacer mejor las cosas. Ésto es lo que me ha ocurrido a mí:
1º.-Enfoque Negativo: No tengo trabajo y no lo voy a encontrar, con lo mal que están las cosas...
2º.- Enfoque Buika: Voy a moverme, a buscar soluciones, tengo un montón de información y medios a mi alcance, voy a aprovechar este tiempo y a seguir estudiando...
3º.- Resultado Positivo: Formar parte de un proyecto de búsqueda de empleo maravilloso, conocer a un montón de gente estupenda, aprender sin parar, ver nuevas posibilidades...
No me gusta nada la frase "seguro que hay gente que está peor que yo". Conformarse con estar un poco menos mal que otro me parece cuanto menos triste. Existen tantos tipos de felicidad como personas, sólo tenemos que buscar dónde está la nuestra y potenciarla.
Y ojo que no digo yo que nuestra vida tenga que ser como un monólogo del Club de la Comedia, ni que tengamos que ir enseñando los dientes como la Pantoja. La vida tiene sus dualidades: están los documentales de la 2 y "Sálvame" y eso está muy bien porque cada programa hace feliz a su público.
Ahora mismo mi máximo sería trabajar en algo que me hiciera feliz, pero de momento estoy disfrutando del camino hasta encontrarlo :)
jueves, 30 de abril de 2015
Si llagas no llegas.
Hoy no he ido a clase de inglés. No es que yo no quisiera ir, lo que ha ocurrido es que mis pies no me han dejado. Tendría que haberle hecho caso a mi primera intuición y haberme cogido unas zapas planas, al menos para el pateo desde la estación hasta el lugar donde se celebraba el evento. Pero deseché la idea atribuyéndome, equivocadamente, una capacidad de aguante superior a la realidad. O tal vez hubiera sido mucho más sencillo ir en coche, lo dejas en el parking y te olvidas, pero pagar un pastizal por "hora o fracción" me dolía en el alma. Así pues he evitado un dolor de alma a costa de un gravísimo dolor de pies.
Al llegar al citado evento a las 08:30 in the morning, el nivel de ebullición cutánea de las plantas de mis pies ya era notable. Pensar que tendría que pasar las siguientes 6 horas de plantón me provocaba tal escalofrió que he tenido que hacer un verdadero esfuerzo, al nivel del Método Stanislavski, para disimularlo. Porque creedme que hacer buena cara cuando por dentro te sientes como el personaje de "El grito" de Edvard Munch tiene muchísimo mérito. El hecho de estar de pie, no era capricho, ni que no hubiera suficiente espacio entre las butacas de la sala, pero que la azafata del evento estuviera cómodamente sentada no es nada protocolario.
LLAMAMIENTO A LOS SRS. PROTOCOLARIOS: Prueben a estar 360 minutos de pie con tacones y luego hablamos.
Finalizado el evento mi ser ya era totalmente consciente de que las llagas habían ganado la partida y de que no seria capaz de volver a la estación andando. Tenia dos opciones: coger un taxi o comprarme unas deportivas en la primera tienda que viera. He estado apunto de sucumbir a la primera, pero aun a riesgo de no poder llegar viva a la tienda, y dando ridículos pasitos, finalmente me he hecho con unas magníficas depor que me han hecho más feliz que a la cenicienta sus zapatitos de cristal.
Y como ha dicho uno de los ponentes de hoy: "Hay que potenciar el fracaso frente al éxito, equivocarse es bueno porque te ayuda a aprender", yo he aprendido la lección.
viernes, 17 de abril de 2015
¿Puedes enamorarte de una camisa amarilla?
Sí, puedes.
¿Y por qué?
Porque cuando la viste en el H&M te gritó desde la percha: - Cómprame! Llévame a tu casa! Cuélgame en tu armario! Combíname como te apetezca, soy para ti!
Porque la coges sin mirar el precio, sin probártela, no te hace falta, sabes que te quedará bien. Estás convencida de ello.
Porque llegas a casa y te la pones y te miras con satisfacción ante el espejo, orgullosa, porque has acertado y efectivamente te queda bien, te queda muy bien (las abuelas en este momento narcisista sobran).
Porque es amarillo chillón, sí, con un par, suave, larga, ancha, cómoda...
¿Y por qué no?
También nos enamoramos de una sonrisa, de un lugar, de una puesta de sol, de un libro o una peli. Todos llevamos una canción en el corazón.
Porque al final ¿de qué nos enamoramos? Pues de aquello que nos hace sentirnos bien y un poco especiales.
Así pues, mi camisa y yo hemos comenzado nuestra hermosa relación que espero dure mucho tiempo, yo he prometido lavarla con detergente del bueno y ella no arrugarse mucho.
This is love!
¿Y por qué?
Porque cuando la viste en el H&M te gritó desde la percha: - Cómprame! Llévame a tu casa! Cuélgame en tu armario! Combíname como te apetezca, soy para ti!
Porque la coges sin mirar el precio, sin probártela, no te hace falta, sabes que te quedará bien. Estás convencida de ello.
Porque llegas a casa y te la pones y te miras con satisfacción ante el espejo, orgullosa, porque has acertado y efectivamente te queda bien, te queda muy bien (las abuelas en este momento narcisista sobran).
Porque es amarillo chillón, sí, con un par, suave, larga, ancha, cómoda...
¿Y por qué no?
También nos enamoramos de una sonrisa, de un lugar, de una puesta de sol, de un libro o una peli. Todos llevamos una canción en el corazón.
Porque al final ¿de qué nos enamoramos? Pues de aquello que nos hace sentirnos bien y un poco especiales.
Así pues, mi camisa y yo hemos comenzado nuestra hermosa relación que espero dure mucho tiempo, yo he prometido lavarla con detergente del bueno y ella no arrugarse mucho.
This is love!
viernes, 12 de septiembre de 2014
Dos pinceles y seis dedos.
Hemos conocido una bebé preciosa, regordeta, de mofletes colgantes de los que tienes que contener las ganas de pellizcar, simpática y risueña, blanquita de piel. Tiene el pelo muy tieso y su mamá le hace dos coletitas que parecen dos pequeños pinceles.
Joanna está obsesionada con los bebés, con ser madre, con estar embarazada, hacerse ecografías, irse al hospital a parir, darles el pecho... Y la casa es como una plantación de muñecos de todos los tamaños, repartidos por todas las habitaciones. Así que cada vez que ve un bebito de los de verdad, se queda hipnotizada y observa con mucho interés.
El día que vimos por primera vez a la bebé de los pinceles descubrimos algo diferente en ella. Yo me había dado cuenta antes de que su madre lo dijera, pero no fui capaz de preguntar, porque tampoco sabía que preguntar, era obvio, los había contado varias veces, y sí, la bebé tenía seis dedos en cada mano y en cada pie.
La mami nos contó que tenían previsto operarla en unos meses, que la operación de los pies era sencilla porque su sexto dedito no tenía movilidad, pero que en las manos sería más complicado ya que tendrían que cortar tendones y hueso. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al escucharla. Sin juzgar a los padres, que habrían valorado todas las opciones y cuya decisión seguro creían la mejor para su hija, intenté ponerme en su situación.
Sin duda habrían pensado en la operación, en la anestesia, en el postoperatario, en la medicación, el dolor y las complicaciones. También habrían imaginado con mucho sufrimiento la burla, el desprecio, los comentarios, una infancia y una adolescencia luchando por que su hija tuviera la suficiente fuerza como para que todo eso no le afectara en exceso. Y concluí que no sabría cual hubiera sido mi decisión.
Luego, cuando se fueron, tuve esta conversación con Joanna:
- ¿Qué te ha parecido la bebé? - le pregunto.
- Me han encantado sus coletas de pincel - dice ella.
- ¿Y qué te parece que tenga seis dedos?- le insisto.
Ella piensa un poco y me responde con una gran sonrisa: - Pues que cuando sea mayor podrá hacer las cosas mucho más rápido que yo.
Me emociono, pero lo disimulo, otra lección que aprendo de mi nana.
Joanna está obsesionada con los bebés, con ser madre, con estar embarazada, hacerse ecografías, irse al hospital a parir, darles el pecho... Y la casa es como una plantación de muñecos de todos los tamaños, repartidos por todas las habitaciones. Así que cada vez que ve un bebito de los de verdad, se queda hipnotizada y observa con mucho interés.
El día que vimos por primera vez a la bebé de los pinceles descubrimos algo diferente en ella. Yo me había dado cuenta antes de que su madre lo dijera, pero no fui capaz de preguntar, porque tampoco sabía que preguntar, era obvio, los había contado varias veces, y sí, la bebé tenía seis dedos en cada mano y en cada pie.
La mami nos contó que tenían previsto operarla en unos meses, que la operación de los pies era sencilla porque su sexto dedito no tenía movilidad, pero que en las manos sería más complicado ya que tendrían que cortar tendones y hueso. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al escucharla. Sin juzgar a los padres, que habrían valorado todas las opciones y cuya decisión seguro creían la mejor para su hija, intenté ponerme en su situación.
Sin duda habrían pensado en la operación, en la anestesia, en el postoperatario, en la medicación, el dolor y las complicaciones. También habrían imaginado con mucho sufrimiento la burla, el desprecio, los comentarios, una infancia y una adolescencia luchando por que su hija tuviera la suficiente fuerza como para que todo eso no le afectara en exceso. Y concluí que no sabría cual hubiera sido mi decisión.
Luego, cuando se fueron, tuve esta conversación con Joanna:
- ¿Qué te ha parecido la bebé? - le pregunto.
- Me han encantado sus coletas de pincel - dice ella.
- ¿Y qué te parece que tenga seis dedos?- le insisto.
Ella piensa un poco y me responde con una gran sonrisa: - Pues que cuando sea mayor podrá hacer las cosas mucho más rápido que yo.
Me emociono, pero lo disimulo, otra lección que aprendo de mi nana.
viernes, 25 de julio de 2014
Jungla sobre ruedas.
Cuando Joanna tiene el nivel de paciencia rozando el -1, cuando el "¿falta mucho?" y el "¿cuándo llegamos?" se repiten cada 30 segundos y cuando el juego del veo-veo dentro del coche comienza a ser repetitivo (v-volante, m-mamá, p-papá, j-joanna, a-árbol, s-señal, c-coche-carretera-camión...), entonces ocurre algo inexplicable: la carretera se transforma en una mezcla de sabana africana y selva tropical, los coches rojos son leones, los verdes cocodrilos, los negros panteras, los blancos cebras, a los camiones les salen grandes orejas de elefante, incluso a veces, con un poco de suerte, aparece un enorme y anacrónico trailer-dinosaurio que se cuela en nuestro camino. A la Picasso le crecen las ruedas y se hace más alta porque ya no es una monovolumen-familiar, ahora es un todoterreno-safari desde el que observamos todo ese particular hábitat de carreras y persecuciones imaginarias.
Pero cuando Joanna no está, cuando voy yo sola en el coche, sola con mis pensamientos, cuando escucho en la radio canciones que aborrezco y que luego canto inconscientemente (véase "Bailando" by Enrique Iglesias) o las bromas sin gracia de algún trasnochado radio locutor, o las noticias triunfalistas de unos y apocalípticas de otros, entonces la carretera vuelve a ser de asfalto, gris y sucia. Fea. Los animales desaparecen y sólo quedan máquinas con ruedas manejadas por otra fauna mucho más peligrosa e inconsciente. Están los siempre-llego-tarde: imprudentes, con total incontinencia a la hora de adelantar y con tendencia a pegarse al culo del coche de delante cual perro en celo; los el-mundo-es-un-basurero arrojando cualquier tipo de desperdicio por la ventanilla sin ningún sentimiento de culpa, supongo que no les importa vivir rodeados de mierda; los tortugas: de estos hay dos subespecies, los tortugas-novatas que se acaban de sacar el carnet o al menos lo parece (los reconocerás porque van pegados al volante) y los tortugas-empanadas, entre los que se encuentra una servidora, conducen medio absortos en su mundo sin mucha prisa por llegar a ningún lado (los reconocerás porque les cuesta mucho entrar a las rotondas).
Y luego pasa una cosa muy curiosa, no sé si lo habréis notado, pero yo estoy segura de que existe un pacto secreto y no escrito entre los más grandes (camiones y trailers) y los más pequeños (ciclistas) que se han repartido a partes iguales el monopolio de las carreteras. Ambos campan a sus anchas con total impunidad permitiéndose barbaridades tales como no parar en las rotondas los unos, y ocupar el ancho de carretera mientras hablan y pedalean en fila de tres los otros.
A veces se obra el milagro y suena en alguna emisora música de verdad y me descubro a mi misma cantando a grito pelao "Loosing my religion" de R.E.M. o cualquiera de The Cranberries y entonces ya no me fijo en la fauna a mi alrededor y la carretera ya no es tan fea y sigo conduciendo, tortuga-empanada, hasta mi destino.
Pero cuando Joanna no está, cuando voy yo sola en el coche, sola con mis pensamientos, cuando escucho en la radio canciones que aborrezco y que luego canto inconscientemente (véase "Bailando" by Enrique Iglesias) o las bromas sin gracia de algún trasnochado radio locutor, o las noticias triunfalistas de unos y apocalípticas de otros, entonces la carretera vuelve a ser de asfalto, gris y sucia. Fea. Los animales desaparecen y sólo quedan máquinas con ruedas manejadas por otra fauna mucho más peligrosa e inconsciente. Están los siempre-llego-tarde: imprudentes, con total incontinencia a la hora de adelantar y con tendencia a pegarse al culo del coche de delante cual perro en celo; los el-mundo-es-un-basurero arrojando cualquier tipo de desperdicio por la ventanilla sin ningún sentimiento de culpa, supongo que no les importa vivir rodeados de mierda; los tortugas: de estos hay dos subespecies, los tortugas-novatas que se acaban de sacar el carnet o al menos lo parece (los reconocerás porque van pegados al volante) y los tortugas-empanadas, entre los que se encuentra una servidora, conducen medio absortos en su mundo sin mucha prisa por llegar a ningún lado (los reconocerás porque les cuesta mucho entrar a las rotondas).
Y luego pasa una cosa muy curiosa, no sé si lo habréis notado, pero yo estoy segura de que existe un pacto secreto y no escrito entre los más grandes (camiones y trailers) y los más pequeños (ciclistas) que se han repartido a partes iguales el monopolio de las carreteras. Ambos campan a sus anchas con total impunidad permitiéndose barbaridades tales como no parar en las rotondas los unos, y ocupar el ancho de carretera mientras hablan y pedalean en fila de tres los otros.
A veces se obra el milagro y suena en alguna emisora música de verdad y me descubro a mi misma cantando a grito pelao "Loosing my religion" de R.E.M. o cualquiera de The Cranberries y entonces ya no me fijo en la fauna a mi alrededor y la carretera ya no es tan fea y sigo conduciendo, tortuga-empanada, hasta mi destino.
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