viernes, 25 de julio de 2014

Jungla sobre ruedas.

Cuando Joanna tiene el nivel de paciencia rozando el -1, cuando el "¿falta mucho?" y el "¿cuándo llegamos?" se repiten cada 30 segundos y cuando el juego del veo-veo dentro del coche comienza a ser repetitivo (v-volante, m-mamá, p-papá, j-joanna, a-árbol, s-señal, c-coche-carretera-camión...), entonces ocurre algo inexplicable: la carretera se transforma en una mezcla de sabana africana y selva tropical, los coches rojos son leones, los verdes cocodrilos, los negros panteras, los blancos cebras, a los camiones les salen grandes orejas de elefante, incluso a veces, con un poco de suerte, aparece un enorme y anacrónico trailer-dinosaurio que se cuela en nuestro camino. A la Picasso le crecen las ruedas y se hace más alta porque ya no es una monovolumen-familiar, ahora es un todoterreno-safari desde el que observamos todo ese particular hábitat de carreras y persecuciones imaginarias.

Pero cuando Joanna no está, cuando voy yo sola en el coche, sola con mis pensamientos, cuando escucho en la radio canciones que aborrezco y que luego canto inconscientemente (véase "Bailando" by Enrique Iglesias) o las bromas sin gracia de algún trasnochado radio locutor, o las noticias triunfalistas de unos y apocalípticas de otros, entonces la carretera vuelve a ser de asfalto, gris y sucia. Fea. Los animales desaparecen y sólo quedan máquinas con ruedas manejadas por otra fauna mucho más peligrosa e inconsciente. Están los siempre-llego-tarde: imprudentes, con total incontinencia a la hora de adelantar y con tendencia a pegarse al culo del coche de delante cual perro en celo; los el-mundo-es-un-basurero arrojando cualquier tipo de desperdicio por la ventanilla sin ningún sentimiento de culpa, supongo que no les importa vivir rodeados de mierda; los tortugas: de estos hay dos subespecies, los tortugas-novatas que se acaban de sacar el carnet o al menos lo parece (los reconocerás porque van pegados al volante) y los tortugas-empanadas, entre los que se encuentra una servidora, conducen medio absortos en su mundo sin mucha prisa por llegar a ningún lado (los reconocerás porque les cuesta mucho entrar a las rotondas).

Y luego pasa una cosa muy curiosa, no sé si lo habréis notado, pero yo estoy segura de que existe un pacto secreto y no escrito entre los más grandes (camiones y trailers) y los más pequeños (ciclistas) que se han repartido a partes iguales el monopolio de las carreteras. Ambos campan a sus anchas con total impunidad permitiéndose barbaridades tales como no parar en las rotondas los unos, y ocupar el ancho de carretera mientras hablan y pedalean en fila de tres los otros.

A veces se obra el milagro y suena en alguna emisora música de verdad y me descubro a mi misma cantando a grito pelao "Loosing my religion" de R.E.M. o cualquiera de The Cranberries y entonces ya no me fijo en la fauna a mi alrededor y la carretera ya no es tan fea y sigo conduciendo, tortuga-empanada, hasta mi destino.


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