jueves, 30 de abril de 2015

Si llagas no llegas.

Hoy no he ido a clase de inglés. No es que yo no quisiera ir, lo que ha ocurrido es que mis pies no me han dejado. Tendría que haberle hecho caso a mi primera intuición y haberme cogido unas zapas planas, al menos para el pateo desde la estación hasta el lugar donde se celebraba el evento. Pero deseché la idea atribuyéndome, equivocadamente, una capacidad de aguante superior a la realidad. O tal vez hubiera sido mucho más sencillo ir en coche, lo dejas en el parking y te olvidas, pero pagar un pastizal por "hora o fracción" me dolía en el alma. Así pues he evitado un dolor de alma a costa de un gravísimo dolor de pies. 

Al llegar al citado evento a las 08:30 in the morning, el nivel de ebullición cutánea de las plantas de mis pies ya era notable. Pensar que tendría que pasar las siguientes 6 horas de plantón me provocaba tal escalofrió que he tenido que hacer un verdadero esfuerzo, al nivel del Método Stanislavski, para disimularlo. Porque creedme que hacer buena cara cuando por dentro te sientes como el personaje de "El grito" de Edvard Munch tiene muchísimo mérito. El hecho de estar de pie, no era capricho, ni que no hubiera suficiente espacio entre las butacas de la sala, pero que la azafata del evento estuviera cómodamente sentada no es nada protocolario. 

LLAMAMIENTO A LOS SRS. PROTOCOLARIOS: Prueben a estar 360 minutos de pie con tacones y luego hablamos.

Siendo Agatha Ruiz de la Prada una de las ponentes, mi cerebro no pudo resistir imaginar lo agustito que estarían mis pies calzando sus fantásticas pisacacas azules de purpurina. En realidad pasé bastante tiempo pensando en lo maravilloso de poder ser como quieras, vestir como quieras y decir lo que quieras sin que se te juzgue por ello. Lo malo es que ese privilegio sólo se lo concedemos a unos pocos afortunados, entre ellos a la Sra. del vestido-beso.

Finalizado el evento mi ser ya era totalmente consciente de que las llagas habían ganado la partida y de que no seria capaz de volver a la estación andando. Tenia dos opciones: coger un taxi  o comprarme unas deportivas en la primera tienda que viera. He estado apunto de sucumbir a la primera, pero aun a riesgo de no poder llegar viva a la tienda, y dando ridículos pasitos, finalmente me he hecho con unas magníficas depor que me han hecho más feliz que a la cenicienta sus zapatitos de cristal.

Y como ha dicho uno de los ponentes de hoy: "Hay que potenciar el fracaso frente al éxito, equivocarse es bueno porque te ayuda a aprender", yo he aprendido la lección.


viernes, 17 de abril de 2015

¿Puedes enamorarte de una camisa amarilla?

Sí, puedes.

¿Y por qué?

Porque cuando la viste en el H&M te gritó desde la percha: - Cómprame! Llévame a tu casa! Cuélgame en tu armario! Combíname como te apetezca, soy para ti!

Porque la coges sin mirar el precio, sin probártela, no te hace falta, sabes que te quedará bien. Estás convencida de ello.

Porque llegas a casa y te la pones y te miras con satisfacción ante el espejo, orgullosa, porque has acertado y efectivamente te queda bien, te queda muy bien (las abuelas en este momento narcisista sobran).

Porque es amarillo chillón, sí, con un par, suave, larga, ancha, cómoda...

¿Y por qué no?

También nos enamoramos de una sonrisa, de un lugar, de una puesta de sol, de un libro o una peli. Todos llevamos una canción en el corazón.

Porque al final ¿de qué nos enamoramos? Pues de aquello que nos hace sentirnos bien y un poco especiales.

Así pues, mi camisa y yo hemos comenzado nuestra hermosa relación que espero dure mucho tiempo, yo he prometido lavarla con detergente del bueno y ella no arrugarse mucho.

This is love!