viernes, 12 de septiembre de 2014

Dos pinceles y seis dedos.

Hemos conocido una bebé preciosa, regordeta, de mofletes colgantes de los que tienes que contener las ganas de pellizcar, simpática y risueña, blanquita de piel. Tiene el pelo muy tieso y su mamá le hace dos coletitas que parecen dos pequeños pinceles.

Joanna está obsesionada con los bebés, con ser madre, con estar embarazada, hacerse ecografías, irse al hospital a parir, darles el pecho... Y la casa es como una plantación de muñecos de todos los tamaños, repartidos por todas las habitaciones. Así que cada vez que ve un bebito de los de verdad, se queda hipnotizada y observa con mucho interés.

El día que vimos por primera vez a la bebé de los pinceles descubrimos algo diferente en ella. Yo me había dado cuenta antes de que su madre lo dijera, pero no fui capaz de preguntar, porque tampoco sabía que preguntar, era obvio, los había contado varias veces, y sí, la bebé tenía seis dedos en cada mano y en cada pie.

La mami nos contó que tenían previsto operarla en unos meses, que la operación de los pies era sencilla porque su sexto dedito no tenía movilidad, pero que en las manos sería más complicado ya que tendrían que cortar tendones y hueso. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al escucharla. Sin juzgar a los padres, que habrían valorado todas las opciones y cuya decisión seguro creían la mejor para su hija, intenté ponerme en su situación.

Sin duda habrían pensado en la operación, en la anestesia, en el postoperatario, en la medicación, el dolor y las complicaciones. También habrían imaginado con mucho sufrimiento la burla, el desprecio, los comentarios, una infancia y una adolescencia luchando por que su hija tuviera la suficiente fuerza como para que todo eso no le afectara en exceso. Y concluí que no sabría cual hubiera sido mi decisión.

Luego, cuando se fueron, tuve esta conversación con Joanna:
- ¿Qué te ha parecido la bebé? - le pregunto.
- Me han encantado sus coletas de pincel - dice ella.
- ¿Y qué te parece que tenga seis dedos?- le insisto.
Ella piensa un poco y me responde con una gran sonrisa: - Pues que cuando sea mayor podrá hacer las cosas mucho más rápido que yo.
Me emociono, pero lo disimulo, otra lección que aprendo de mi nana.