Lo tengo asumido. Mi umbral del dolor está bastante por debajo de la media aceptable para una persona adulta. No, no soy nada sufrida, ¿qué queréis que haga? Me da fobia la sangre y todo lo relacionado con ella: agujas, hospitales… Me da por desmayarme. “Flojuna” que es una.
Hace un par de meses comenzó mi martirio particular. Me confirmaron que SI, que me iban a quitar las muelas del juicio. Por una parte parecía todo un milagro, teniendo en cuenta que era por la Seguridad Social y sólo habían pasado unos meses desde la visita al Sr.-Dr. Odontólogo. Pero por otra, en mi interior comenzaba a menearse el gusanillo del pánico pre-operatorio.
Como no tenía suficiente con taladrar a mis padres y a Roberto (mi Santo marido), comencé a incluir en los mantras diarios a mi jefe. Sí, ¿porqué no? Si él me cuenta sus movidas, digo yo que también le toca aguantar las mías. Y tantas veces saqué el tema, y tantas veces me quejé de mi desgracia, que creo que el pobre hombre ansiaba en silencio la llegada de ese gran día en que mi dentadura sería por fin profanada.
Y llegó, vaya si llegó. El día 29 de octubre me operaron en la UCSI, no se si lo conocéis pero se trata de una unidad de cirugía sin ingreso. Te hacen ir a las 08:00 de la mañana, por supuesto en ayunas desde la noche anterior, y esperas en una sala con ese glamuroso pijama de los hospitales, hasta que llega TU TURNOOOOO…
En ese tiempo de espera me dio por observar a mis congéneres y a sus acompañantes. Hay que ver lo rarita que es la especie humana. Entre la fauna a mi alrededor destacaré a la PAREJA DE ABUELITOS. Rondando los 75-80 tacos. De los elegantes. Ella pintada, incluyendo raya y sombra de ojos azul, él con pantalón de pana y americana de cuadros. Confunden a todo el mundo con efermer@s, incluyéndome a mí. La mujer no para hasta conseguir una manta para su marido “que va en cueros y en el quirófano hace mucho frío”. El marido no se da por vencido hasta averiguar dónde está “esa enfermera tan simpática de la otra vez”, e insiste hasta que la llaman para saludarla.
De boca éramos tres. Por supuesto, a mi me tocó ser la última, lo que supuso esperar hasta las 12:00 para pasar a quirófano y cuatro largas horas de patiment i molta fam imaginándome la dichosa operación. Por unos instantes pensé que lo que pretendían era que me desmayara de hambre y así ahorrarse la anestesia. Siempre podrían alegar daños colaterales de la crisis. Ya estaba a punto de pedir un gotero de chorizo, cuando el celador me llamó.
Entonces sí que comenzó un verdadero CIRCO DE LOS HORRORES. La Sra. que ponía las vías (esa palabra me revuelve las tripas) tenía un mal día. Le habían cobrado 50€ en la peluquería por cortar, mechas y secar. Y mientras lo contaba como si le fuera la vida en ello, consiguió el espeluznante record de romperle TRES venas a la pobre Sra. que tenía al lado. Yo era su siguiente víctima y como la masacre anterior no había sido suficientemente sangrienta, decidió ponerme la vía torcida.
Mi aguante fue infinitamente inferior al de la sufrida mujer de las venas rotas. Me desmayé. Claro, ¿es que acaso esperaban otra cosa? Ya de fondo oía frases sueltas como “¿Cuánto pesas?”, “Monitorizadla!”, “Esto te tranquilizará”, y mientras yo me debatía entre las dos dimensiones aprovecharon para ponerme la dichosita vía en la otra mano y chutarme un relajante, que ya había montado suficiente espectáculo.
Luego, ya en quirófano, la anestesia general hizo su maravillosa labor y me dejó lo suficientemente muerta como para no notar res de res. Mucho mejor que cuando nació Joanna, aquella vez la epidural no fue bastante para contener a mi “yo poseída” y los experimentados Srs. Doctores me ataron de pies y manos a lo “Jesucristo Superstar”. Pero esa es otra historia… El caso es que desperté sobre las 17:00, y como Mr. Murphy andaba aburrido, pues me volví a desmayar al ir a mear. De premio me tocó: otro gotero!
Vale. Ya está. ¿Y ahora qué? Pues ahora es cuando la simpática enfermera te cuenta (con una sonrisa bastante sospechosa) todas las cosas “normales” que te pueden ocurrir en tu casa, entre ellas: vomitar sangre y hematomas varios. Te dan todo el doping habido y por haber y te mandan pa’casa (que ya son casi las 18:00). Eso sí, unas tres horas después te llaman para comprobar que no has muerto y poder dormir tranquil@s (supongo).
Esas primeras horas, incluso el día siguiente no fue mal del todo, quitando lo antiestético de parecer una ardilla merendando una gran bellota, los restos de la anestesia en mi organismo ayudaban bastante. Pero el tercer día, es decir el 31, NOCHE DE HALLOWEEN, llegó el horror. Una bacteria antisistema consiguió saltarse la valla de seguridad del antibiótico y okupar uno de los puntos de la extraída muela izquierda: INFECCIÓN. Creo que es la primera vez en mi vida que Joanna me ha “molestado”. Sí, era como un extraño sentimiento de culpa mezclado con un “por favor que alguien se lleve a esta niña de aquí o me estallará es cerebro en 3-2-1…”.
A la mañana siguiente cogí mi móvil y tuve que escribir por WhatsApp las palabras que había intentado evitar a toda costa: “Chicas aplazamos la Fiesta de Halloween, estoy hecha polvo”. Y es que la colla d’amics teníamos organizada una fiestuqui para nuestros nanos y nanas con “detodo”: decoración, merienda, invitaciones, manualidades… Aceptémoslo, hay “americanadas” que molan y los nanos lo flipan con Halloween. De momento el nuestro tendrá que esperar una semanita. Más vale tarde que nunca, y para entonces yo ya habré regresado de entre los muertos…
OH MY CURL!
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